Cierta mañana Nasrudin – el gran
místico sufí que siempre fingía ser loco –envolvió un huevo en un pañuelo, se
fue al medio de la plaza de su ciudad y llamó a los que pasaban por allí.
-¡Hoy tendremos un importante
concurso! – dijo – ¡Quien descubra lo que está envuelto en este pañuelo,
recibirá de regalo el huevo que está dentro!
Las personas se miraron,
intrigadas, y respondieron:
-¿Cómo podemos saberlo? ¡Ninguno de nosotros es adivino!
Nasrudin insistió:
-Lo que está en este pañuelo
tiene un centro que es amarillo como una yema, rodeado de un líquido del color
de la clara, que a su vez está contenido dentro de una cáscara que se rompe
fácilmente. Es un símbolo de fertilidad, y nos recuerda a los pájaros que
vuelan hacia sus nidos. Entonces, ¿quién puede decirme lo
que está escondido?
Todos los habitantes pensaban que
Nasrudin tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta era tan obvia que nadie
quiso pasar vergüenza delante de los otros. ¿Y si no fuese un huevo, sino
algo muy importante, producto de la fértil imaginación mística de los sufis? Un
centro amarillo podía significar algo del sol, el líquido a su alrededor tal
vez fuese algún preparado de alquimia... No, aquel loco estaba queriendo que
alguien hiciera el ridículo.
Nasrudin preguntó dos veces más y
nadie se arriesgó a decir algo impropio. Entonces él abrió el pañuelo y
mostró a todos el huevo.
-Todos vosotros sabíais la
respuesta – afirmó – y nadie osó traducirla en palabras...
Así es la vida de aquellos que no
tienen el valor de arriesgarse: las soluciones nos son dadas generosamente por
Dios, pero estas personas siempre buscan explicaciones más complicadas, y
terminan no haciendo nada.
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