Una bella princesa estaba buscando consorte.
Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes con
maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos, tronos… Entre los candidatos
se encontraba un joven plebeyo que no tenía más riqueza que el amor y la
perseverancia.
Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:
-Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo
tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien
días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas
que las que llevo puestas. Esta será mi dote.