Debí haber aprovechado más el tiempo que pasaba contigo. Debí escuchar con más atención cada palabra que me decías, cada sonrisa que me dedicabas, cada caricia y cada oración que lanzabas pidiendo por mí. Me regalaste tu vida, tu alma y me diste todo el amor que pudiste para que sea feliz. Cuántas veces no llené tus ojos de lágrimas y esas tantas veces tus brazos siempre me recogieron. Solías llenarme de sueños y llevarme a un mundo maravilloso donde no existía desesperanza. Donde yo era quien llegaba a salvarte de esta vida tuya llena de infortunio. Renunciaste a tus sueños por cuidar los míos, no buscaste una razón para vivir: me hiciste tu razón de vivir. Me amaste aún sabiendo que más tarde, ya adulto, yo podría fallarte. Y lo hice. No una, sino muchas veces. En tu corazón no había espacio para el rencor. Me amaste sin condición, sin pedir nada a cambio. Y yo no entendí que lo menos que podía hacer era devolverte ese amor con más amor.
Perdóname por comprender demasiado tarde que tu único pecado era amar con locura, y tu única necesidad el sentirte amada.
Perdóname por las veces que mis brazos no buscaron tus abrazos, y mi boca no pronunció un te quiero.
Perdóname por olvidar que debía ser yo el que llegaba a salvarte de esa vida tuya llena de infortunio.
Perdóname, viejita, hoy… Perdóname mañana… Perdóname siempre… Que me faltará la vida para olvidarte…
No hay comentarios:
Publicar un comentario