Somos lo que somos y somos lo que nos permitimos ser.
Después de años de vivir para los demás nos damos cuenta que nuestra vida no es
la que quisimos tener. Somos casi en su mayoría el descuido del momento, la
idea errónea del hijo predilecto, el amigo perfecto, la persona ideal.
Así nos
dejamos etiquetar desde que llegamos a este mundo, y nos convierten en la
sensación del momento: “Juanito será Doctor…” “Susana será abogada…” Y te
sumergen en ese horrendo mar de sugestiones que poco a poco te va devorando.
En parte eres lo que crees. Crees que eres capaz de subir
una montaña y quizás lo hagas, crees que puedes llegar a ser quien quieras ser
y seguramente lo harás, pero llega un momento en el que te cuestionas tus
creencias y el simple hecho de creer y confiar no son suficiente para
fortalecer tu fe. Y miramos atrás y nos vemos viviendo nuestra vida para otros…
Por otros.
Y si nos bajamos del tren en el que ellos nos subieron
estamos condenados a enfrentar el terrible
dilema de la traición. ¡¡¡Bendita traición!!!
Te abre los ojos a tu propio mundo, te libra de apariencias,
te llena de alivio…
Y entonces te prometes que ya no serás el mismo, que harás
lo que te haga feliz…
Y descubres que lo que te hace feliz a ti hace infeliz a los
demás.
Somos lo que somos…
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