Esta
historia comienza cuando era niño… nací pobre.
A menudo no teníamos suficiente para comer. Cuando teníamos algún alimento, Mamá solía
darme su porción de arroz. Mientras
pasaba su arroz a mi tazón, solía decir: “Cómete este arroz, hijo, yo no tengo
hambre”. Aquella fue la primera mentira
de Mamá.
Al crecer,
Mamá renunció a su tiempo libre para pescar en un río cercano a nuestra casa;
ella esperaba que de los peces que pescase, me podría proveer de un
alimento más nutritivo para mi crecimiento.
Una vez, cuando sólo había pescado dos peces, hizo sopa de pescado. Mientras tomaba la sopa, Mamá se sentó a mi
lado y comió lo que quedaba en el hueso del pez que me había comido. Mi corazón
se estremeció al verla. Una vez que le
pasé el otro pescado, lo rehusó y dijo: “Cómete el pescado, hijo, a mí en
realidad no me gusta el pescado”. Esa
fue la segunda mentira de Mamá.
Cuando, para
poder pagar mi educación, Mamá fue a una fábrica de fósforos para traer a casa
algunas cajetillas usadas, las que llenaba con cerillas nuevas. Esto la ayudaba a ganar algún dinero para
cubrir nuestras necesidades. Una noche
invernal me desperté y hallé a Mamá llenando las cajetillas a la luz de una
vela. Así que le dije: “Mamá, vete a
dormir; es tarde, puedes seguir trabajando mañana en la mañana”. Mamá sonrió y dijo: “Vete a dormir, hijo, no
estoy cansada”. Esa fue la tercera mentira
de Mamá.
Cuando tuve
que hacer mi examen final, Mamá me acompañó.
Después del amanecer, ella me esperó por horas en el calor del día. Cuando sonó la campana, corrí a encontrarme
con ella… Mamá me abrazó y me dio un vaso de té que había preparado y puesto en un termo.
El té no era tan fuerte como el amor de Mamá.
Viéndola cubierta de sudor, le pasé mi vaso y le pedí que
tomase también. Mamá dijo: “Toma tú,
hijo, que yo no tengo sed.” Esa fue la
cuarta mentira de Mamá.
Tras la
muerte de Papá, Mamá tuvo que desempeñar el papel de ambos. Mantuvo su empleo anterior; tenía que
satisfacer sola nuestras necesidades.
Nuestra vida familiar se tornó más complicada, pasábamos hambre. Viendo empeorar nuestra condición familiar,
mi bondadoso tío, quien vivía cerca a nuestra casa, vino a ayudarnos a resolver
nuestros problemas grandes y pequeños.
Nuestros otros vecinos vieron que estábamos en pobreza por lo que
aconsejaban a Mamá que se volviera a casar.
Pero ella rehusó casarse de nuevo diciendo: “No necesito amor”. Esa fue la quinta mentira de Mamá.
Al terminar
mis estudios y obtener un empleo, llegó el tiempo para que mi anciana madre se
jubilase pero ella siguió yendo al mercado cada mañana para vender algunos
vegetales. Yo le seguía enviando dinero
pero ella era persistente y aún me enviaba de vuelta el dinero diciendo: “Tengo
suficiente”. Esa fue la sexta mentira de
Mamá.
Seguí mis
estudios de maestría a tiempo parcial.
Financiado por la corporación estadounidenses para la cual trabajaba,
tuve éxito en mis estudios. Con un gran
aumento en mi salario, decidí traer a Mamá a disfrutar la vida en los Estados
Unidos pero ella no quiso molestar a su hijo.
Me dijo: “No estoy acostumbrada a vivir por lo alto”. Esa fue la séptima mentira de Mamá.
En su vejez,
Mamá fue atacada por el cáncer y tuvo que ser hospitalizada. Como ahora vivía al otro lado del océano, fui
a casa a ver a Mamá, quien se hallaba encamada tras una operación. Mamá intentó sonreír pero yo estaba
quebrantado por verla tan delgada y frágil.
Pero Mamá dijo: “No llores, hijo, no me duele”. Esa fue la octava mentira de Mamá… y
diciéndola, falleció.
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